El 8 de marzo está marcado en morado en nuestros
calendarios. Es un día para la celebración por la alianza entre mujeres para
defender nuestros derechos conquistados, pero también para denunciar desde una
perspectiva de género el actual modelo de desarrollo basado en la desigualdad y
el consumo ilimitado de recursos personales y naturales. Sin embargo, sabemos
que aún no es suficiente: queda mucho por avanzar y nosotras seguimos luchando.
Por eso, un día como hoy, en el que se celebra la primera huelga feminista de
la historia, la bicicleta se presenta como una herramienta sencilla, pero de un
potencial casi ilimitado con la que hacer llegar nuestro mensaje transformador
por la igualdad y la pacificación de nuestros entornos.
A diferencia de lo que estamos acostumbradas a
pensar, debido en parte a estereotipos y grandes competiciones deportivas, desplazarnos
en bicicleta constituye una forma amable, segura y eficaz de transporte
accesible para cualquier edad y casi cualquier condición física en la que la
única barrera posible es la de la configuración arquitectónica de nuestras
ciudades y vías de comunicación pensadas para favorecer un uso invasivo del
tráfico motorizado a alta velocidad. Sin embargo, nosotras sabemos bien de luchar
contra barreras de dominación y privilegio, de buscar alianzas contra los que desde
sus asientos nos marcan con alfombras rojas recorridos y diseños de bicicletas
para mujeres que solo buscan la estética, pero que por lo general no llegan a
ninguna parte y que a la postre lo único que consiguen es encarrilarnos y
apartarnos de la funcionalidad y el espacio que nos corresponde con los mismos
derechos y obligaciones.
Este tiempo también ha llegado a su fin. Ya no
esperamos a nada para coger nuestras bicicletas. No necesitamos ningún evento
organizado ni infraestructura que nos condicione nuestro recorrido. No
necesitamos gurúes, ni entrenadores personales para salir a rodar. Nuestros
cuerpos no precisan ningún diseño especial de bicicleta. Nos gustan deportivas,
de paseo, plegables, grandes o pequeñas. Recorremos a nuestro antojo decenas,
cientos o miles de kilómetros y lo hacemos con pantalones, faldas, mayas o
incluso desnudas si se presta.
La sororidad entre la lucha feminista y el
activismo ciclista está sustentada por eslabones de una cadena común cuyos
engranajes nos mueven hacia una conciencia universal emancipadora en busca de
la autonomía personal, la igualdad y el fin de la violencia y cuyos límites
solo pueden venir definidos por nuestra propia perseverancia.
Feliz 8 de marzo.
BiciNorte
www.madricicleta.com